viernes, mayo 02, 2008

Todos los días un país

Me doy cuenta, de pronto, que no tengo remedio. Que mi casa, la verdadera, como la de muchos, es la errancia. Una errancia sin fin. Unas ganas enormes de no tener casa. O de hacer de nuestra casa, la verdadera, una casa móvil, una motorhome que nos vaya llevando de ciudad en ciudad y así, de ciudad en ciudad, que nos vaya llevando de país en país. Y que lo mismo sucedira con nuestras profesiones. Que fueran intercambiables o móviles también. Y que, en mi caso, yo pudiera dar clases de literatura hispánica en la Universidad de Christchurch un día, y al siguiente día darla en Nelson o Wellington, o si mi nave puede devorar miles de kilómetros en un día, y
atravesar mares y montañas, pues darla en New Mexico y luego en Irlanda y luego en los Países Bajos, y que no existiera un Human Resources por cada universidad sino uno grande, universal, encargado de depositarnos nuestro salario según las horas trabajadas en las diferentes universidades que visitáramos del mundo. Hoy Christchurch, tres días después Nelson, cinco días después Seattle, diez días después Neuchatel, etcétera. Y el dinero ahí, en el cajero, depositado por la Universal Human Resources, tan justa siempre y eficiente. Qué bello sería saber que realmente el hombre de ahora no tiene en realidad casa (ni rostro, ni porvernir, ni pasado) y que su destino es errar por el mundo a la busca de lo que no existe. A la busca de sí mismo. Yo daría cuánto por un buen motor de vagoneta y una buena cama. Una mujer rubia y sexy y con sombrero tejano. Y una carretera interminable. Interminable.

2 comentarios:

Michelle dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ros dijo...

Bonito sueño.