lunes, noviembre 28, 2005

Noviembre 25, 2005

Puerta falsa

Charlo vía mensajero electrónico con una amiga X, quien también fue mi compañera en la facultad. Hablamos de cosas mundanas, triviales, los hijos, cómo está el clima por allá, etcétera. En un instante de la charla, mi amiga X cambia intempestivamente el rumbo de la conversación y me pregunta: y entonces, ¿qué hubiera pasado si en lugar de elegir a Y me hubieras elegido a mí? ¿lo has pensado? Yo no quise decirle en ese momento –aunque las palabras se me escapaban por la boca- que en todas las anteriores conversaciones que habíamos tenido siempre estuve tentado a hacerle la misma pregunta. Ni tampoco quise decirle que –aun con la distancia: los días, luego los meses y después los años- había dejado en la memoria un camino abierto para ver si, algún día, lo caminábamos juntos. Ante mi silencio, mi amiga X me dijo que ella odiaba a Y por eso. Que la odiaba con todo su corazón. Entonces empezó a describirme cómo hubiera sido nuestra vida juntos. Me habló de los muebles de la casa. De las comidas que me haría. De las noches en nuestro jardín. Incluso bromeó diciendo que quizá hubiera dejado la política por convertirse en mi agente literaria. Que me querría tanto, muchísimo. Yo, ante todo, callaba. Leía sus palabras que cada vez me acercaban más a ella, como si me abrazaran o como si me devolvieran una antigua armadura de hierro invulnerable, todo esto mientras le extendía, sin que ella lo notara, desde esta otra orilla del mundo, una mano y después un pañuelo a su impotencia.

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